sábado, 23 de marzo de 2013

El Bardo De Blas Entra en el Templo

Por Claudio.


La aldea asturgoda de la cultura ha tenido hace poco un día de fiesta. Han abierto las puertas del templo y han admitido en su seno, como miembro de pleno derecho, a Asurancetúrix, el bardo... O lo que es lo mismo: Miguel Ángel de Blas Cortina ha ingresado en el RIDEA en el primer día de un papado. ¿Puede pedirse más? Suponemos que sus socios y ¿amigos? le subieron sobre el escudo y lo pasearon entre las paredes del Palacio de Toreno entre gritos, vivas y alabanzas a su insigne prosa poética, cual pontífice pre-conciliar sobre silla gestatoria.

Habrá quien se pregunte qué es el RIDEA. Se trata del Real Instituto de Estudios Asturianos, una institución fundada en 1947 por los falangistas del mundo de la cultura con el fin de servir de bastión cultural a La Nueva España franquista. Puede sorprender ligeramente que un organismo como este sobreviva, sobre todo si tenemos en cuenta que, pese a ser financiado por el presupuesto público, sigue funcionando como las instituciones del antiguo régimen: por cooptación... Ese sistema tan divertido en el que los miembros eligen a los nuevos miembros como hacían las instituciones soviéticas; aunque tampoco nos vamos a poner maximalistas, porque también lo utilizan hoy en día la RAE o la Real Academia de la Historia. No sabemos si los rectores del RIDEA desean parecerse a las instituciones soviéticas o a las academias, aunque a nosotros, desde luego, nos recuerdan más a aquéllas y a la RAH que a la RAE. La cooptación explica que hoy en día sus nuevos miembros tengan como principal mérito ser amigos de quienes ya están dentro, con las honorables salvedades que se les han colado por despiste o por la mera necesidad de guardar unas mínimas formas.


Pero más allá de este dudoso sistema de selección para formar parte de una institución pública cabe plantearse hoy en día para qué necesitamos el RIDEA. Cuando empezó su labor, la principal preocupación era garantizar un foro que permitiera salir a luz estudios sobre Asturias y lo asturiano que hacían los muchos eruditos locales desperdigados por la provincia. Como era inevitable, por el sino de los tiempos, el tono de los mismos cayó en el folklorismo y el culto a una Asturias perdida que nunca existió, fomentando gran parte de los mitos que sustentan hoy en día el ideario de la cultura oficial asturgoda de nuestra aldea. En la década de 1970 y 1980 consiguieron superar esa tradición de los eruditos locales y el boletín del IDEA (se hizo “real” con la monarquía) permitió ver la luz a muchos estudios que iban ganando solidez científica. Pero durante la década de 1990 su prestigio empezó a tambalearse y durante los últimos años su interés científico ha decaído por completo. El hecho de que hoy en día el BRIDEA no se encuentre evaluado por ninguno de los índices de referencia de la calidad de las revistas científicas es buena prueba de ello.


Otra muestra de la irrelevancia de este Real Instituto es el progresivo desinterés por sus publicaciones monográficas. En tantos años de historia es indudable que ha habido algunas que aún hoy tienen gran utilidad. Sin embargo la realidad de los últimos quince años ha dado un giro claro. Perdida su influencia en el servicio de publicaciones de la Universidad, sus dirigentes convirtieron a este organismo en el editor de las tesis de los doctores de turno que le ha interesado promocionar al grupo universitario que ostenta su dirección desde hace años.
El último ejemplo que demuestra cuán fuera de la realidad actual se encuentra esta organización es la edición de sus guías por concejos, unas publicaciones perfectamente prescindibles, que parecen un remedo de la Asturias de Bellmunt y Canella. Cualquiera de las colecciones dominicales de la prensa regional ha resultado de mayor interés y calidad que esas guías, que ni suponen un avance científico, ni tienen interés turístico. Sostener este concepto en la era digital es un auténtico alarde vintage. Así que al final parece inevitable concluir que sólo sirven para consagrar a los nuevos universitarios como eruditos locales, en un giro copernicano inaudito, aparte de servir para engrosar el curriculum de los amigos y la familia.


Por tanto no es de extrañar que admitan a Don Miguel. El giro copernicano de la institución explica qué hace hoy en día todo un catedrático de Prehistoria ingresando en una institución de eruditos locales venida a menos. Sin embargo en la pregunta está la respuesta, y es que algunas cátedras universitarias están tan devaluadas que el mejor premio que pueden recibir es este. Si la obra del nuevo miembro tuviera alguna relevancia seguramente quizá fuera conocido fuera del solar patrio; bien pudiera ser que se le llamara incluso del extranjero. Pero no es el caso. No en vano los profetas no son queridos en su tierra, y cuando son queridos en su tierra es porque no son profetas sino otra cosa.
Quienes hemos leído sus estudios sabemos que quedan pocas personas con tal capacidad para copiarse a sí mismo, cada vez con un estilo más rococó, hasta el punto de acercarse más al prototipo de bardo galo, que de catedrático como Dios manda. Así que no nos extraña que este gran prócer de la patria arqueológica asturiana haya sido admitido en esa augusta institución que es el RIDEA, puesto que cumple el perfil sobradamente.

Como al pobre Asurancetúrix, nadie parece haber valorado sus méritos. El periódico del régimen ha publicado una breve entrevista al protagonista sin molestarse en informar mucho más de un acto al que acudieron cuatro amigos. Esto da muestra da muestra del poco interés de su contenido. Y es que el conjunto de los estudios de este bardo no se sostiene ni por su propio peso... No sirve ni para apuntalar su cátedra, que todos intuimos que consiguió por aburrimiento, más que no por mérito.



Al menos los lectores de La Fisga y quienes nos molestamos en leer sus escritos de primera mano, lo que hemos visto en realidad es el día de gloria de un bardo, como Asurancetúrix, al que nadie soportaba por su particular concepción desafinada de la armonía, al que ha aplaudido en su templo un coro de bardos igual de intrascendentes que él. 

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