Por Belvinus.
El
pasado 22 de febrero el diario La Nueva España publicó un
reportaje dedicado a los contenidos del Museo Arqueológico de
Asturias. Encabezado por un titular que califica de “pobre” la
información relativa a las piezas exhibidas, en su contenido se van
desgranando declaraciones críticas sobre la exposición permanente
que alberga este centro, vertidas por dos profesores de la
Universidad de Oviedo, el propio arqueólogo del Museo Arqueológico
y uno de los arqueólogos de la Consejería de Cultura.
Para
el público general la noticia habrá resultado poco menos que
anecdótica, máxime viendo los tiempos que corren. En cambio, a los
lectores más informados sobre la cultura y arqueología de la
región, no se les ha pasado por alto que estos cuatro especialistas
formaron parte, durante el último gobierno de Areces, del equipo
encargado de definir los contenidos de este nuevo museo. Es decir,
fueron responsables de lo que ahora se exhibe y critica.
Durante el montaje de la exposición estas personas no expresaron queja alguna. O quizá sí lo hicieron, pero sus protestas, que no llegarían a trascender, resultaron infructuosas. Sea como fuere, lo cierto es que la voluntad de continuar con el proyecto prevaleció en su ánimo sobre la defensa de sus principios museográficos. Consecuentemente, la postura que les quedaba era asumir como propia la exposición; por coherencia, pero también por la lealtad debida a quien contó con ellos para definir los contenidos del nuevo equipamiento. Así es que cuando uno lee estas críticas ahora, dos años después de la reinauguración del Museo, no puede evitar la percepción del aroma a ventajismo que exhala de ellas.
Hay
que señalar no obstante que las deficiencias que se denuncian se
refieren, por lo general, a cuestiones puntuales y accesorias. Así
por ejemplo, Jorge Camino, arqueólogo del museo, afirma que “se
actuó con criterios de diseño que no fueron arqueológicos”
(confiamos en que este empleado público concrete algún día qué
entiende por “diseño arqueológico”). También se emiten juicios
de valor sin justificar, como el que hace Ángel Villa, arqueólogo
de la Consejería de Cultura, en relación con las maquetas, que son
consideradas “malas, poco atractivas y poco comprensibles”. La
censura de mayor calado la efectúa José Avelino Gutiérrez,
profesor de la Universidad de Oviedo, quien se lamenta de que durante
el montaje los textos que él aportó –que cabe suponer que se
adaptaban a lo requerido–, “fueron reducidos a la mínima
expresión” por la empresa encargada del montaje de la exposición.
Por su parte Marco de la Rasilla, también profesor de la Universidad
de Oviedo, no va más allá de afirmar que los carteles de las
vitrinas le resultan “un poco pobres”, si bien subraya que “hay
gente que prefiere poca letra y más imagen”.
Ciertamente,
algunas de estas críticas pueden considerarse pertinentes. No
obstante, resulta evidente que la exposición del Museo Arqueológico
puede suscitar mayores motivos de queja que los derivados de
accesorias cuestiones museográficas. De entrada habría que
reprochar la ausencia de un discurso que articule y sirva de hilo
conductor de toda la exposición, carencia que acaba transmitiendo en
el visitante la percepción de que el MAA alberga no una sino varias
exposiciones deslabazadas. Muchas de ellas adolecen además de una
alarmante falta de recursos didácticos que ayuden a comprender al
visitante la funcionalidad de las piezas que se exponen.
Conviene
señalar además que la ordenación de las distintas salas no está
sólo en función de los principales periodos, culturas o
yacimientos. Buena parte de ellas se ha puesto también al servicio
de las actividades arqueológicas de algunos de los integrantes del
equipo elaborador de contenidos. Esta servidumbre se traduce en el
sobredimensionamiento del espacio otorgado a determinados
yacimientos, etapas y territorios, que no está en consonancia con el
volumen y entidad de lo que se expone (las vitrinas dedicadas a los
castros de Villaviciosa y al mundo castreño-romano en general
constituyen una buena muestra). Ello tiene como contrapartida la
minimización de otras manifestaciones de nuestra historia
merecedoras de una mayor presencia, de las que el Perrománico,
paradójicamente, posiblemente sea la que haya recibido peor trato.
Podría decirse así que el Museo Arqueológico de Asturias no es
solo el museo más importante dedicado al patrimonio arqueológico de
la región. También es un gigantesco contenedor en el que se
reflejan los egos y vanidades de ciertos arqueólogos. Todo ello
financiado, naturalmente, con dinero público.
Lo interesante sería saber cuanto cobraron los expertillos (¿o esperteyos?) de marras en la elaboración de esos contenidos maravillosos que ahora critican. Una vez hechos los contenidos para mayor gloria de cada uno de ellos, se quejan de que sus elaboradas y sesudas creaciones intelectuales se redujeron a "la mínima expresión". Ya les vale...
ResponderEliminarEn todo caso no se puede negar que en el Arqueológico se combinan grandes aciertos y graves carencias, que toca corregir. La información de las cartelas es una de ellas, porque los genéricos "cuevas de Asturias" o "castros de Asturias" da una sensación horrible: como si nuestros afamados expertos desconociesen el origen exacto de sus maravillosas piezas; como si hubiesen aparecido por arte de birlibirloque en los almacenes de esta sacrosanta institución. De todos modos, y con tanto resalao resabido estupendo que trabaja para la Administración, seria fantastico que alguno recorriese la exposición con atención, a fin de poner al derechas algunas de las piezas que se han colocado al revés. No cuesta nada, hombre...