miércoles, 19 de junio de 2013

Fábula Sobre el Rigor en el Mundo de la Cultura Asturiana


Por Manuel del Cueto Incógnito.







P: Otra gran institución neoyorquina para la que nunca ha dejado de escribir es The New Yorker.

R: Publican cosas que ninguna otra revista se atrevería a sacar. Siempre he colaborado con ellos. Cuando hace años nombraron a su director actual, David Remnick, un joven periodista a quien profeso un enorme respeto, me llamó para decirme que contaba conmigo. Escribí un reportaje sobre los trabajadores que habían participado en la construcción del puente Verrazano, que une Brooklyn con Staten Island.



P: ¿Qué le llevó a volver sobre un asunto al que había dedicado un libro hacía casi 40 años?

R: En mi opinión, aunque se publique, nunca se llega a cerrar realmente ninguna historia. Siempre quedan resquicios que desembocan en otras historias. Si uno vuelve a algo escrito hace 10, 20, 30 años, siempre descubre cosas sorprendentes, y eso es lo que me ocurrió con esta historia. Publiqué El Puente en 1964, cuando todavía trabajaba para el Times. Tenía dos días libres a la semana y los dedicaba a recopilar material para el libro. Iba al lugar donde se estaban llevando a cabo los trabajos de construcción, muchas veces por la noche. Usted ha visto cómo es el búnker, como llamo a mi estudio. Ahí lo tengo todo archivado en cajas. Una tarde, sería el año 2002, me fijé en la etiqueta que dice El Puente y me pregunté qué habría sido de los trabajadores que construyeron el Verrazano, con quienes me había entrevistado tantas veces. Abrí la caja, me puse a repasar las notas y decidí hacer algunas llamadas telefónicas. ¿Qué habían hecho una vez concluida la construcción? Resulta que a muchos los habían contratado para la construcción del World Trade Center. Estoy hablando de especialistas en la construcción de estructuras metálicas a grandes alturas. Pertenecen a un sindicato que se ocupa de su contratación en obras públicas de gran envergadura. ¿Y qué sintieron cuando vieron que el resultado de su trabajo se había desvanecido en apenas unas horas cuando tuvieron lugar los atentados de septiembre de 2001? Su respuesta me desarmó. La destrucción no les había causado la menor sorpresa. ¿Pero cómo es posible?, les pregunté. ¿Qué quieren decir con eso? Sabíamos que aquello no valía para nada, no era una estructura sólida, las torres estaban hechas de aire, eran jaulas para pájaros. Nada que ver con la estructura formidable del Verrazano o de rascacielos como los de antes, el Empire State por ejemplo. Esas estructuras habrían aguantado el impacto de un avión, pero cuando erigimos las Torres Gemelas sabíamos que aquello era muy distinto. No se trata solo de que el arquitecto no fuera muy bueno, sino de la filosofía sobre la que se sustentaba la idea del World Trade Center. Lo único que querían hacer los promotores era maximizar el espacio, rentabilizándolo a fin de obtener el mayor margen de beneficio, alquilando la mayor cantidad de superficie posible. Así que cuando los aviones se estrellaron contra las torres, las atravesaron de lado a lado y antes de ponerse el sol se habían derrumbado, convertidas en columnas de ceniza y humo.

P: Ahora que lo dice, es cierto que en una ocasión se estrelló un avión contra el Empire State.

R: Exacto, y rebotó.




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