Por Manuel del Cueto Incógnito.
Fuente: La Nueva España |
Hace unos
meses el emporio Random House Mondadori, a través de su sello editorial Debate,
publicó un libro del catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la
Universidad de Sevilla, Manuel Lozano Leyva, titulado El fin de la ciencia: Todo lo que un ciudadano debería saber sobre la ciencia y no sabe qué preguntar ni de quién fiarse.
Lozano,
excelente divulgador, nos recuerda que “la ciencia y el progreso no fluyen y evolucionan inexorablemente”, y que para que la actividad científica resulte socialmente
provechosa debe estar bien organizada y planteada como un esfuerzo colectivo,
debe tener un soporte económico generoso y estable, y debe finalmente estar en
manos de los mejores y los más cualificados. Esto, que parece un atrevimiento,
ya lo afirmaba hace cuatrocientos el científico inglés Francis Bacon. Por
desgracia, al menos en nuestro país, es más frecuente la burocracia que la
organización, la escasez y el derroche que la generosidad presupuestaria bien
administrada, y la mediocridad que el rigor.
En
España, los responsables y gestores de la crisis han asfixiado la ciencia “con
recortes drásticos de la financiación, parálisis de programas que hasta hace
poco venían desarrollándose con normalidad, aplazamientos de convocatorias de
contratos que, en realidad suponen cancelaciones y reducción de becas y de
apoyo a los jóvenes científicos”. También están disminuyendo las actividades de
divulgación, educación y difusión del conocimiento científico; todo ello nos lo recordaba hace poco Alicia Rivera.
Pero
todavía queda alguna esperanza; algún rayo de luz me parece ver después de leer
en el penúltimo libro de Peter Burke publicado en España que los pubs de Oxford tuvieron una importancia fundamental para el desarrollo
de la antropología británica en las décadas de 1930 y 1940, primero bajo la
supervisión de Alfred Radcliffe-Brown y luego de Edward Evans-Pritchard; que
Francis Crick anunció en descubrimiento de la estructura del ADN en el pub Eagle de Cambridge durante un
almuerzo bien regado; que Tim Berners-Lee bautizó en 1990 en la cafetería del
CERN en Ginegra la Red con el nombre de World Wide Web; y que en Silicon Valley
las conversaciones noctámbulas en el Walker’s
Wago Wheel y en el Grill in
Mountain View hicieron más por la difusión de la innovación tecnológica
que la mayoría de seminarios de la Universidad de Stanford.
En esta
Asturias tan humanista y tan culta, plagada de sabios de rancio abolengo, la
administración autonómica pretende sostener la investigación científica dando
limosnas millonarias a la universidad de Oviedo, como informaba hace días La Nueva España.
¿En que
se diferencia una universidad de una autoescuela, se pregunta Lozano Leyva si,
además de transmitir conocimientos, no los produce?
Si
seguimos así, la universidad se quedará sin laboratorios, los laboratorios sin
investigadores, los investigadores sin salarios y los salarios sin dueños.
Fuente: caleaoredes.blogspot.com |
Pero
anímense compadres, que aunque todo esto desaparezca, lo que nunca les va a
faltar en Asturias es un chigre en el que poder desarrollar su imaginación
científica.
Abundante
información sobre este gravísimo problema en el sitio web de la Confederación de Sociedades Científicas de España
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