sábado, 25 de mayo de 2013

Del Laboratorio al Chigre

Por Manuel del Cueto Incógnito.

Fuente: La Nueva España
Hace unos meses el emporio Random House Mondadori, a través de su sello editorial Debate, publicó un libro del catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla, Manuel Lozano Leyva, titulado El fin de la ciencia: Todo lo que un ciudadano debería saber sobre la ciencia y no sabe qué preguntar ni de quién fiarse.

Lozano, excelente divulgador, nos recuerda que “la ciencia y el progreso no fluyen y evolucionan inexorablemente”, y que para que la actividad científica resulte socialmente provechosa debe estar bien organizada y planteada como un esfuerzo colectivo, debe tener un soporte económico generoso y estable, y debe finalmente estar en manos de los mejores y los más cualificados. Esto, que parece un atrevimiento, ya lo afirmaba hace cuatrocientos el científico inglés Francis Bacon. Por desgracia, al menos en nuestro país, es más frecuente la burocracia que la organización, la escasez y el derroche que la generosidad presupuestaria bien administrada, y la mediocridad que el rigor.

En España, los responsables y gestores de la crisis han asfixiado la ciencia “con recortes drásticos de la financiación, parálisis de programas que hasta hace poco venían desarrollándose con normalidad, aplazamientos de convocatorias de contratos que, en realidad suponen cancelaciones y reducción de becas y de apoyo a los jóvenes científicos”. También están disminuyendo las actividades de divulgación, educación y difusión del conocimiento científico; todo ello nos lo recordaba hace poco Alicia Rivera.

Pero todavía queda alguna esperanza; algún rayo de luz me parece ver después de leer en el penúltimo libro de Peter Burke publicado en España que los pubs de Oxford tuvieron una importancia fundamental para el desarrollo de la antropología británica en las décadas de 1930 y 1940, primero bajo la supervisión de Alfred Radcliffe-Brown y luego de Edward Evans-Pritchard; que Francis Crick anunció en descubrimiento de la estructura del ADN en el pub Eagle de Cambridge durante un almuerzo bien regado; que Tim Berners-Lee bautizó en 1990 en la cafetería del CERN en Ginegra la Red con el nombre de World Wide Web; y que en Silicon Valley las conversaciones noctámbulas en el Walker’s Wago Wheel y en el Grill in Mountain View hicieron más por la difusión de la innovación tecnológica que la mayoría de seminarios de la Universidad de Stanford.

En esta Asturias tan humanista y tan culta, plagada de sabios de rancio abolengo, la administración autonómica pretende sostener la investigación científica dando limosnas millonarias a la universidad de Oviedo, como informaba hace días La Nueva España.

¿En que se diferencia una universidad de una autoescuela, se pregunta Lozano Leyva si, además de transmitir conocimientos, no los produce?

Si seguimos así, la universidad se quedará sin laboratorios, los laboratorios sin investigadores, los investigadores sin salarios y los salarios sin dueños.

Fuente: caleaoredes.blogspot.com
Pero anímense compadres, que aunque todo esto desaparezca, lo que nunca les va a faltar en Asturias es un chigre en el que poder desarrollar su imaginación científica.


Abundante información sobre este gravísimo problema en el sitio web de la Confederación de Sociedades Científicas de España

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