Por M. E. Boyle.
Como todos los veranos, en los meses de
julio y agosto la prensa regional se ha estado adornando con noticias
sobre el patrimonio cultural del solar astur. Muy especialmente, como
casi siempre, La Nueva España.
Tiene este medio la fea costumbre de
adoctrinarnos periódicamente con sus editoriales, posicionados de manera habitual en un nimbo de autoridad intelectual y social que poco
se corresponde con su miope localismo de tintes tabloides.
Insustancial editorial el del domingo
28 de julio, titulado “Del Chao a La Lluera, el patrimonio como revulsivo”, en el que, en un repaso al patrimonio cultural
asturiano (no vamos a ocuparnos hoy de la ojeada que se le echa
también al patrimonio verde), se entremezclan prehistoria con
romanos, cultura con administración, investigación con rémoras
culturales…, en fin, churras con merinas. Y, como siempre, en
apariencia objetiva para disimular las banderas propias.
Para empezar, diré que me pareció
graciosa la comparación del Castillo de Gauzón con Le Mont Saint Michel, recordándome inmediatamente este sosegado símil a otro de
aquel paisano superasturiano que comparaba los túmulos de Monte Areo
con Stonehenge. Pero, puestos a comparar, me ha extrañado que, entre
tanta emoción patria, no se le haya ocurrido al editorialista
equiparar La Carisa con Masada, planteando únicamente la brillante
ocurrencia de “mostrar” a los turistas tan aguerrido hito
arqueológico astur, que durante medio año está cubierto de nieve y
al que durante el otro medio hay que acceder por imposibles pistas
rodadas.
Ni que decir tiene que no falta en el
sermón dominical del Diario Independiente de Asturias la alusión al
¿”biólogo”? Arsuaga y su archiconocida sagacidad divulgativa.
Según parece, los asturianos somos incapaces de promocionar a
nuestro neandertal del Sidrón, por lo que necesitaríamos más
cantautores mediáticos y menos arqueólogos herméticos. Y si cándida
es la alusión a los bifaces de los heidelbergensis del Cabo Busto,
no falta la muy canónica reverencia al Chao Samartín, del que
siempre este diario tiene puntual y desinteresada exclusiva.
Pero la traca final de esta miscelánea
pseudo-histórica es el muy decorativo mundo del arte rupestre
paleolítico que, en opinión del hueco editorialista, viene a salvar
todo el desastre gestor anterior. “Situación para albergar la
esperanza” es como define la reciente ocurrencia de gestionar el
abrigo de La Lluera echando mano de la “sociedad civil”, metáfora
gustosa a la insustancialidad política y periodística que no
significa otra cosa que entregar las visitas guiadas a la cueva a una
asociación vecinal. En este caso, no sorprende que una agrupación
de vecinos se preste voluntariamente a realizar tal actividad. Lo que
asusta es que un Director General, en tiempos profesor de Prehistoria
de la Universidad de Oviedo, haya entregado la gestión diaria de una
cueva con arte rupestre a un grupo de voluntariosos conciudadanos
entre cuyos compromisos organizativos y objetivos fundacionales no
constan ni la palabra prehistoria ni los conceptos conservación y
gestión cualificada del patrimonio. Atónitas deben estar las
promociones de estudiantes universitarios que pasaron por las manos
de ese prehistoriador político que intentó formarles
profesionalmente como futuros historiadores, maestros, investigadores
o gestores, haciéndoles pensar que aquella disciplina que impartía
era científica y no mera afición local por el patrimonio cercano a
casa.
Por si acaso, ya nos aclara el sesudo editorial que los
afanosos informadores locales “han recibido clases para formarse”,
lo cual significa, según noticia de ese mismo diario, que el
Director General de Patrimonio Cultural del Principado de Asturias
les ha explicado personalmente lo que deben decir, eso sí, más o
menos y como buenamente puedas. Sorprende tanto la ubicuidad de este
señor, que ya no sabemos si es director general o prehistoriador y
si trabaja con la administración política o aún con la
universitaria. Caso paradigmático de duplicidad para tiempos de
crisis: cuando soy profesor, juego a político; y cuando soy
político, juego a profesor.
Por si todo ello fuera poco, el ufano
editorial, subiéndose al carro del populismo imperante, nos explica
que tal actividad se desarrolla “sin coste para el erario y
comprometiéndose a actuar como guías”. En este caso, la sorpresa
ha debido ser mayúscula para aquellos profesionales que, tras años
de estudio y experiencia, descubren que su trabajo es, más que una
cuestión de profesionalidad y esfuerzo, una actividad de
voluntariado ocioso e inexperto. Y, mientras, la Administración del
Principado de Asturias molestándose en crear un cuerpo de guías cualificados mediante habilitación oficial. Ay, ay, ay…
Visto lo visto y leído lo leído,
podríamos buscar entre la diversidad de profesionales de prestigio
jubilados con que contamos en la región un voluntario que quisiera
ocupar el puesto de Director General de Patrimonio Cultural, así nos
ahorraríamos el peso de unos sesenta mil euros anuales sobre el
erario público y, de paso, quizá encontraríamos a alguien que
contase con suficiente capacidad técnica y responsabilidad
administrativa como para gestionar el patrimonio asturiano atendiendo
a los criterios y objetivos de la empresa a la que representa.
Igualmente, deberíamos buscar entre la amplia sociedad civil
desempleada y cualificada voluntarios que “se comprometieran a
actuar como” periodistas, aportando además el ordenador, el
micrófono y la grabadora propios. De esta manera, “asumirían
riesgos” y gastos, aunque seguramente no “las riendas de su
destino”.
Conclusión realista: ante el panorama
que ciertos políticos y periodistas nos plantean, mucho me temo que,
de momento, los asturianos tendremos que conformarnos no con el
mítico Braveheart escocés que La Nueva España adula, sino con un
héroe un poco menos vigoroso. Digamos, por ejemplo, George de la
Jungla.
A mí se me ocurre un buen ejemplo de cómo la “sociedad civil” y no profesional (este es un hecho fundamental), puede intervenir en las cuestiones referentes al patrimonio cultural de forma voluntaria y desinteresada: la “restauración del Ecce Homo” de Borja. Si bien la restauradora aficionada actuó con buena intención, los terribles resultados de esta acción son conocidos por todos. Soy de los que opinan que hay que dejar a los profesionales trabajar. Ni el editorial de la Nueva España, ni las declaraciones del Director General, me parecen acertadas.
ResponderEliminar